Estamos en un shopping con Leti, Yiya, Luchana y alguien más. Un local tipo India Style, veo un vestido hermoso, marrón y beige. Lo dejo colgado de mi brazo para probármelo. Me acerco a la caja y en un exhibidor hay una pulsera cuadrada, como de mimbre, azul marino.
– Cuánto vale esta pulsera?
– 40 pesos.
– Ni en pedo compro tan caro algo que lo puedo hacer yo.
Nos vamos del local indignadas, y sin darme cuenta… me robé el vestido.
Tomamos un taxi todas juntas hasta mi casa y mientras planeamos cómo subir las cinco al depto, porque sólo se permite entrar a las casas de a cuatro personas (por el tema del seguro). Quedamos en dos tandas porque Leti tiene un juego de llaves. Subo con Yiya. Me pruebo el vestido en el baño del sum. Hay un olor a mierda que raja el cerebro y está todo sucio, la paredes cagadas. Me muero del asco y nos vamos a mi casita. Está todo brillante y reluciente, pero hecho un quilombo. Como si me hubieran entrado a robar.
Bajo la vista y me encuentro con una perrita salchicha, apenas más grande que una berenjena. Es toda gris, canosa, y tiene los ojos bizcochitos. Muy viejita.
La perra me pide que la lleve a pasear y cuando le pongo la correa me dice:
– Sos pelotuda? No ves que soy ciega? Llevame en la mano.
Salimos a la calle y me la cruzo a Yiya.
– Vení, hay alguien que quiere hablar con vos.
Miro hacia adentro del bar y lo veo.
– Marcelo Hugo??
– Y a vos qué te parece?? – contesta Yiya con ironía. Y la dejo al cuidado de mi mascota.
Estoy en Las Violetas con el cabezón, la mesa da a la calle, pero las cortinas están cerradas.
– Kiú, necesito un consejo tuyo, no me banco más mi vida.
– Mío? Por qué mío? Ni me conocés.
– Sí que nos conocemos, no te acordás?
– La verdad que no.
– Creeme: nos conocemos.
– No.
– Que si!
– Boh… Ponele que si. Qué pasa? – ya contesto un poco ofuscada.
– No me banco mi vida, me siento un boludo, mediocre. Me separé, mis hijas me rechazan. Todo es un desastre.
– Si yo fuese tu hija también te rechazaría… – digo por lo bajo.
– Ves? – me escuchó.
– Perdón. Pero si, sos un mediocre asqueroso. Para empezar, tenés que cancelar ese programa del orto que hacés, que es un circo prostibulario misógino, garca, discriminador, conventillero y bizarro.
– Me parece que sos un poco dura.
– VOS me buscaste para que te dé un consejo.
– Pero no puedo cerrar ese programa.
– Tenés que cerrarlo y asegurarte de que nadie más lo siga. Además, vos tenés otros negocios que te sustentan…
– Pero no puedo.
– Entonces, estás perdido, hermano. Tu problema es crónico.
Me levanté de la mesa y me fuí. Marcelo Hugo me sigue, y mientras cruzamos Medrano por la senda peatonal, desde arriba de un colectivo un tipo nos saca fotos. Yo me cubro del flash con las manos, y Marcelo se ofende.
Avergonzado de mi vergüenza, se pone la capucha de su campera Adidas, y se sube al 128, indignado.