Estoy en una estación espacial, por despegar de la tierra, porque hay algo que supondrá el fin del mundo. Se ha decidido mandar una dotación de garrafas de gas para provocar unas bombas atómicas en el espacio, pero de todos modos, eso supone el fin de la humanidad, así que la gente está yendo igual a la estación para subirse al cohete. Una de las administrativas me dice que si ya me pone de pasajera solo puedo estar en ciertos sectores, no puedo circular. Le digo que si, pero antes me voy al locker a buscar mí mochila porque quiero tener mí celular y mí diario para dejar notas para que las entiendan civilizaciones que puedan llegar a sobrevivir. En el camino veo a los empleados cargando el cohete con las garrafas.
Una periodista pasa haciendo notas a los pasajeros, preguntando cosas tipo “si este mic fuera una poronga, cómo la tocarías?”. Un señor canoso y yo, nos miramos y nos chapamos, nos ponemos de acuerdo con la mirada en que la gente debería estar cogiendo ahora mismo.
Pienso si moriremos en el momento o de cáncer por efecto de la radiación, lentamente y con mucho sufrimiento.
Entonces me pregunto si finalmente moriré en una explosión en el espacio o si sufriré el cáncer provocado por la radiación muchos años hasta que todo termine.