8 de diciembre de 2010

Visto un guardapolvo color caqui, en mi enorme despacho del que alguna vez fue el Hotel de Inmigrantes de Bs. As., y hoy es un colegio pupilo para chicos de bajos recursos. No tengo memoria de hechos pasados, solo me encuentro sentada en un gran sillón, el brazo apoyado en el escritorio, y la palma sosteniéndome la cabeza que parece colgar del cuello. Por la tristeza… No sé de qué. Es como si mi vida hubiese comenzado en este momento pero no desespero por saber los motivos y me manejo con naturalidad. La puerta está abierta y escucho a unos párvulos aproximarse. Pateo la mesa para tomar envión y me arrimo a la puerta.

– Alumnos, por favor, pasen un momento -.

Los niños se miran entre ellos, asustados, pero ingresan sin protestar. Uno de ellos toma la voz:

– Qué pasa, Cela? Nos mandamos alguna cagada? -.

Los infantes son de todas las edades. Incluso hay un gordito que parece púber.

– La boquita, Monkey! No, no pasa nada -.

Cierro la puerta con llave. Son alrededor de diez pibes intrigados. Abro un placard y saco varias cajas de cartón con estampas de aceite Marolio. Murmullos a mis espaldas.

– Shhh!!! No saben guardan silencio?? Y un secreto tampoco? El que cuente algo de lo que va a pasar hoy, será castigado SEVERAMENTE -.

Abro la primer caja y finjo cara de asco frente a los objetos que fui incautando desde principio de año.

– Solamente quiero que se queden a hacerme compañía. Acá hay un montón de juguetes pero no se los pueden llevar. Ey, miren! Hasta hay una PS, me había olvidado.

Bárchufla
Bárchufla

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