21 de enero de 2011

En la cocina de la casa de mi mamá, estoy calentando cera de depilar. Vir me muestra un juego que se compone de unas tarjetas del tamaño de un sobre de carta. Plastificadas. La caja es de un dominó, largo y finito, con tapa deslizante.
Las cartas se me caen en la olla con cera, las saco y apenas se secan, se resquebraja y cae en la mesada. La observo muy de cerca y huele a caramelo. La lamo y lo compruebo, pero tiene pelos de diplaciones anteriores.
Intento en vano, guardarlas en el envase.
– No ves que la caja es de otro juego? Obvio que no entran…
– Y estas cartas de qué juego son?
– De uno que cuenta historias.
Miro atenta la primer carta. Es una nena de unos 13 o 14 años, cara larga y blanca, el pelo atado bien tirante y se ve apenas de perfil un rodete en la nuca. Lleva un vestido negro de terciopelo, cuello redondo, bien ceñido, con una solapa blanca con puntilla, como si fuera de luto. De fondo se pueden ver unas cortinas bordó, un mueble antiguo bien lustrado con jarrones de porcelana y portarretratos de metal brillante con daguerrotipos.
La otra tarjeta tiene muchas letras en color gris claro, apenas perceptibles. Una al ladito de la otra, como si fuera una sopa de letras.
– Cada tarjeta tiene un truco y se relaciona con la otra. Para descifrar ésta te la tenés que acercar en forma perpendicular a los ojos.
Lo hago y de repente me encuentro al pié de una escalera de mármol, en el salón que se veía detrás de la nena en la primer tarjeta. Ella frente a mi, ahora con la cara de mi hermana Fernanda, sigilosa.
– Shhh!!! No hagas ruido que la voy a asustar a Vir.
– Con qué motivo la vas a asustar?
– Te acordás de mi hermana gemela? Falleció hace unos días, y ella usaba siempre ropa de terciopelo. Pero como ahora mamá no está… PUEDO USARLA YOOOO!!!!
Lo dice con furia, a los gritos, apretando los puños.
Otra vez en la cocina de la casa de mamá. Fer prepara un guiso de arroz con salsa. En el comedor está Rochote, altísimo, sentado en el lugar de mamá. Situación de sigilo atrás de la cabeza de Vir que está de espaldas a la punta de la mesa, mirando la tele.
– Qué hacés, Rocho?
– Shhhh… La voy a asustar a Vir – me dice en un susurro.
– Dejame a mi.
Trepo por el respaldo de su silla para pasar del otro lado y justo Vir se da vuelta.
– Me ibas a asustar, no, guacha?
– No Vir, ni a palos, me vengo a sentar, éste siempre fue mi lugar. Aunque, mejor, me voy a tirar una siesta hasta que esté el arroz.
Camino cinco pasos y me tiro en mi cama, en la de mi casa.
Al rato, escucho entre sueños la voz lejana de Fer.
– Está la comida!!!
Intento levantarme y el cuerpo me pesa. Quiero hablar y no puedo.
– Feeer… – digo con dificultad.
– Feeeer… – repito gangoza.
– Feeer… a-ju-da-e… Feeeer… – hablo como hablan los sordomudos.
– Pará que estoy lejos de la compu – contesta mi hermana desde lejos, como si yo estuviera ahí nomás. Sigo tratando de hablar, de levantarme, de abrir los ojos…
Aparece Fer arriba mío, en cuatro patas. La miro, pero solo vuela su pelo. En lugar de cara, tiene un destello dorado incandescente y enceguecedor. Es el sol.
Me agarra de la mano, y se baja de la cama sin soltarla. Cuando tiene los pies firmes sobre el parquet, me toma la otra mano y tira con fuerza hacia ella para incorporarme de un salto.

Bárchufla
Bárchufla

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