16 de febrero de 2011

Camino por una calle oscura, peligrosa. Quisiera encontrar a alguien conocido para no ir sola y justo pasa un pibito del barrio. Es Alejo, el amigo del ex de una amiga, va con un buzo cangurito gris, la capucha puesta.
– Hola! Qué hacés tanto tiempo?
Me mira raro.
– No te acordás de mi? – pregunto abriéndome la campera un poco, porque Alejo siempre fué bastante pajerito y mirón, capáz me reconoce por las tetas. (Aunque las tetas que tenía a los 15 las perdí jugando al truco, todo por no saber mentir!).
– Ah!!!! Dardi!! Cómo estás? Qué hacés por acá sola??
– Buscaba alguien con quién caminar.
Charlamos boludeses hasta que llegamos al umbral de la entrada de un PH. La tercera puerta a la izquierda tiene un vidrio esmerilado y deja ver una estela de luz anaranjada.
Entramos despacito a un patio con piso de cemento, y sigilosamente descolgamos la ropa de la soga. Sólo la que nos gusta. Hay una escalera en el fondo, que lleva a lo que aparentemente es un comedor. El ventanal del comedor tiene cortinas blancas, y detrás de éstas, se ve una silueta moverse sin notar nuestra presencia.
Alejo se lleva puesto lo que eligió.
– Es más fácil de transportar así.
Se sube a una bici roja, muy vieja, y se quiere ir andando pero está pinchada.
– Ehhhhh… me la llevo igual, después la emparcho en casa.
– Hagamos así – propongo – yo me voy a llevar esta moto, subí atrás y a la bici la llevamos arrastrando.
Alguien nos persigue pero escapamos.

Bárchufla
Bárchufla

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