18 de febrero de 2011

Estoy charlando con un tipo que acabo de conocer. Luce igual al bichito de «El Vuelo Del Navegante». Me cuenta que él antes era un hombre normal pero tuvo un accidente, por el cual su cuerpo ya no genera calor propio. Por eso hay una flama incandescente en su espalda, alimentada por kerosene que él mismo se proporciona, arriba de un vendaje hecho con cinta de empapelar ignífuga.
Me lo llevo en el bolso a lo de mi mamá, seguro que puede curarlo.
Camino con la Enana por alguna calle, hasta la estación de subte, que parece ser la estación Medrano de la línea roja. Veo venir a una señora rubia de frente hacía mi, pero no me corro. Efectivamente la choco y ella me empieza a gritar. Yo sonrío, le explico amablemente que eso le pasa por no mirar por dónde camina, y sigo trás La Enana.
– Qué pasó con el gato rubio?
– Jajajajaja Cuándo le cuente a Pablo quién era!!! Jajajaja
La estación del subterráneo es anacrónica. Sobre nuestras cabezas brillan tubos metálicos que transportan sustancias farmacológicas.
– Qué bueno que los borders ya no tengan que esperar tanto al pibe del delivery, no? Sabés que existen loquitos que entran en crisis a falta de medicación? – me cuenta mi amiga.
Llega el primer vagón interminable, extenso. Las puertas se abren suavemente, no hacen ningún tipo de ruido pernicioso. El piso interior es como masapan, suave y esponjoso. Todo el tren es acolchonado, naranja, gris y verde.
Llegamos a un bar que se cae a pedazos y Pablo nos espera en la puerta con caramelos. Nosotras lo saludamos con la mano y seguimos de largo, subimos corriendo una escalera de mármol blanca, fichamos con la tarjeta y volvemos a su encuentro. Abrazo tripartito.
Llegamos a casa y Vicka me pide permiso para darse una ducha. Quince minutos después me llama por la toalla. Le doy una blanca. Otros cinco minutos y me vuelve a llamar, pero esta vez me pide ayuda con el bretel del corpiño, que se le cayó por la rejilla de la bañera, y cuando lo quiso sacar, quedó atorado con una maraña de pelos. Cuando entro al baño y veo esa escena, las náuseas me llevan de regreso al comedor.
Cuando me recupero sale Vicka envuelta en la toalla, agarrada con un prendedor de brillantes.
– Estoy lista. La peino a la Pirula y ya.
Mi mamá agarra al tipito vendado y se lo lleva para ayudarlo a asearse.
– Ojo má, fijate que esté bien caliente el agua, no puede perder temperatura.
Al rato aparecen los dos. Mi mamá lo deja en una silla y me hace señas para que lo ayude con el vendaje ignífugo.
Cuando le saco la toalla, mi mamá lo había curado tal como predije.
El bichito ese que conocí, antes había sido Emiliano, uno de la tele. Se activa mi costado cholulo y le pregunto cosas de la farándula. Mientras me cuenta, me pide que le ponga bastante cinta en la espalda, a la altura de los riñones, por si le pegan o lo abrazan fuerte, porque los tiene muy expuestos.

Bárchufla
Bárchufla

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