Bruce Willis y Mario Baracus son dueños de una chatarrería en Lanús. Ellos viven y trabajan ahí. En realidad, lo de «trabajan» es una pantomima, porque están todo el día haciendo crucigramas, cada uno en su escritorio lleno de cachivaches.
Los que realmente trabajan son todos los niños perdidos que también viven en la chatarrería. Pero no son niños perdidos como los de Peter Pan. Son niños perdidos explotados, que levantan repuestos de máquinas, limpian baños, martillan fierros y se esconden de Bruce y de Mario. Porque ellos se desentienden de la convivencia, y juran que si alguien los estorbara, lo colgarían de la biga central del galpón. Pero así mismo, nunca mueven un dedo e influencian a los niños a que lo hagan por ellos. Así que los pibes viven ahí amenazados implícitamente.
Y no sé cómo ni por qué, acá estamos con Rochita y Vicka. Recién llegadas, hablando en susurros con otros niños de alrededor de 15 años como nosotras, sobre las «reglas» del lugar. Trabajamos para no ser descubiertas. Vicky está muy cansada y preocupada por la Pirula. Se siente enferma, y Rochita y yo nos encargamos de todo para que ella pueda descansar. Bruce no está. Salió a cirujear. Mario está sentado en su escritorio. El despacho es un rincón del galpón, justo antes del pasillo que lleva a la calle. Los dos escritorios están de espaldas a la puerta, uno a cada lado de ella. Está concentrado en su Claringrilla.
Rochi y yo vigilamos. Decidimos que no podemos resignarnos a vivir ahí y tenemos que llevar a Vicka a un hospital.
Mario se levanta para ir al baño. Oportunidad perfecta! Levantamos a la convalesciente entre las dos, colgando sus brazos en nuestros hombros y encaramos a la puerta. Cuando estamos llegando, escuchamos el agua del inodoro y aceleramos el paso.
Mario percibe que algo está faltando y sale a perseguirnos. Es muy difícil correr con alguien medio muerto colgado de la espalda, pero a medida que nos acercamos a la calle, Vicka se va recuperando. El pasillo es alto y está pintado de blanco. Recién pintado. Es íntegramente de vueltas en U, como un pasaje peatonal para cruzar las vías del tren. Estamos mareadas, nerviosas y asustadas. Ya no podemos volver. Rochi me frena, me mira y como poseída, me dice con los ojitos voleados: «»Corran, yo me quedo de ayudante»», y vuelve corriendo por dónde veníamos. Sigo con Vicka ya mucho más recuperada, puede caminar sola. Estamos a un paso del umbral de la vereda y dejo ir a buscar a la Piru. Vuelvo por Rochi. NO puedo dejarla ahí. Ese Mario es un pederasta.
Camino tratando de tranquilizarme e idear un plan, pero no se me ocurre nada.
Llego, y Roo está lavando ropa. Todos jeans y mamelucos. Me ve en el lavadero y me dice impaciente que me vaya, que nos van a descubrir. Quiero aprovechar y meter a lavar un jean mío pero el lavarropas ya está en funcionamiento. «Rochi, vos acá no te quedás. Reaccioná! Nos vamos AHORA». Y corrimos. Corrimos por ese pasillo interminable, con la respiración de Mario cerca, muy cerca. Vemos que el pasillo deja de serpentear, y la posibilidad de trepar a los techos. Sube Roo, y me extiende la mano para ayudarme a trepar. Pero no puedo. Estoy paralizada. Estoy acostada en la medianera, con el cuerpo extendido e inmóvil.
«Rochi, andáte. Haceme caso». Pero no me da bola. «Rochita me vas a hacer enojar!!! ANDATE! Corré!».